martes, 6 de junio de 2023

Lo bello y lo siniestro.





Me despierto - solo - en mitad de la noche. Son las 3 de la mañana, las 3:43 pm. TOdavía sales de casa bajo la lluvia, y a las cuatro de la mañana te encuentras a un señor paseando al perro. Después de un paseo de lluvia intermitente, me siento a escribir mi novela 1989. Poco a poco va tomando forma bajo mis fieles dedos, sin embargo según termino unos capítulos otros los cuestiono. O los cambio. Intento ser lo más fiel posible a lo que significo la infancia, sin embargo cualquier retorno es imposible. Por esto siempre es mitad ficción, mitad realidad, no se puede volver.





- ¡ Dos folladores a la izquierda !. - Dije yo vestido con una gorra militar de mi hermano mayor.


- Recibido. - Contesto Jaime.


- Prepara el tirachinas. - Dije yo.


- A sus ordenes. - Contesto jaime.


- Detrás del palo largo al lado de la torreta de la luz. - Dije yo.


- Ya los veo.



Las sombras se alargaban bajo un soplo de aire fresco, apenas nada se movía alrededor más que el propio silencio. Nadie hubiera que allí también comenzaba el drama. La mina a cielo abierto era nuestro jueguete preferido a parte de los clics de play movil. Sin embargo la mina horadada en la tierra en grandes surcos que abarcaban centenares de metros lleno de montículos de tierra y laderas empinadas por donde nos tirábamos subidos maderas o colgandonos de los hierros de la maquinaria abandonada que allí esperaba en vano volver a ser usada. Allí - en la infancia - el tiempo se había quedado parado, y desde la estación abandonada del plantio, hasta la mina todo había sido abandonado, se había detenido el tiempo para siempre. A veces te cruzabas a lo lejos con alguien, pero lo normal era estar solos en mitad del campo jugando a las chapas. Yo casi siempre perdía los partidos, sentía distancia a veces del juego como si poco a poco fuera abandonando la infancia sin saberlo, de golpe.


- Has roto la ventanilla. - Grite yo.


- ¡ Vámonos ! ¡ Corre !. - Grito a su vez Jaime mientras empezaba a correr entre los montículos de arena.


- ¡ Cabrones ! ¡ Cabrones ! . - Se escuchaba a lo lejos.



Cruzamos corriendo el campito de futbol que continuaba a la salida de la mina a cielo abierto, subimos corriendo la calle amparo. Jaime se quedó en la puerta de su casa, mientras yo seguía corriendo hacia mi casa. - Luego te voy a buscar - dijo Jaime. Al llegar a casa fuertes gritos se escuchaban del interior donde mi madre lloraba al ver a mi padre borracho. - ¡ Nos falta el dinero !. - gritaba mi madre: Y tú mirate ya borracho mientras mi padre sentado en el sofá miraba con desapego la televisión. Al subir a la habitacion mi madre me detuvo. ¿Donde vas sin recoger la habitación?. Sin embargo yo no la hice caso porque había estado escuchándoles gritar e insultarse. Yo no lo comprendía pero mes tras mes mi padre se gastaba el poco dinero que tenía bebiendo en los bares y mi madre disgustada le esperaba en casa. Sin embargo aquellos gritos de infelicidad de mi madre no pertenecían a la infancia, y un sentimiento de culpa me perseguía, y poco a poco abandonaba la niñez a la vez que aprendía lo que significa la impotencia.









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