lunes, 21 de diciembre de 2020

Crepusculario.



Al parecer en el ambiente hostil y de fuertes luchas sociales y huelgas obreras hubo un grupo poético autodenominado Crepuscular, universitarios e hijos de la clase alta, de la derecha y la tradición católica, que iniciaron unas "excursiones" a los cementerios y campos santos de la ciudad de Madrid y que visitaban tumbas, leyendo poesía, y echando flores sobre los sepulcros de los difuntos entre pequeñas piezas de schubert, y la florinata de la derecha católica Española, titulada "Los jóvenes y el arte" que revisitaban el romanticismo entre schumman, el escapismo y la estética. Lo narró aquí para guardarlo, y utilizarlo en mi primera novela Los Alejados, que transcurre en cronología a ellos, y también totalmente opuesto. Sin embargo me da para escribir un par de pasajes de mi novela, Los Alejados ya que ella engloba la cultura de aquellos años. Yo también he visitado cementerios en busca de fotos, sobretodo en Otoño, aunque este año la cita obligada por la pandemia se ha caído de las fechas. Si bién me sirve para plasmar, la ruptura y división social, y que sin pretenderlo su canto a lo muerto... en los atardeceres de quel inviernoi del 35, seria un augurio del crepusculo de esa larga noche de la guerra civil, que al parecer, aún no ha acabado si miras bién a la izquierda de bachillerato o a la derecha ultra.. o la sempterna pulsión nacionalista, ya independentista, ya entre la corrupción desbocada, se han olvidado las horas mas oscuras de nuestra historia. Sin embargo era precisamente esto lo que estaba buscando, y que me sirve como contraposición en mi novela, 4 capítulos de la vanguardia , 1 capítulo crepuscular, y froto las patitas como un grillito, y solo escucha mi risa de cientifico loco y la pócima del éxito literario: Hua ja ja ja ja ja, hua ja ja ja ja. En fin, yo se porque me río... aquella comicidad de la existencia que nunca olvido. Creo que mi primera novela Los Alejados, es en si mismo arte con mayúsculas.



No era fácil, no reconocer en aquél poeta, la misma verdad, que yo acariciaba. - Todo es nada - . Al verle allí sentado, recorde las horas de lectura durante mis días de estudiante en Santiago de Chile cuando leía A un olmo seco, o alguno de esos poemas de Antonio Machado que habían llegado hasta mis manos. Él había sido el más jovén de la generación del 98. ¿Se podía llamar así? ¿Generación del 98? ¿O no era una generación y no eran de 1998? Ese naufragio en el que se había hundido España, esa necesidad de cambio, que imperaba, esa sensación de ruptura entre lo viejo y lo nuevo. Antonio, tenía una visión del mundo casi Taoista, que se mezclaba con el agitado palmear de los tablados flamencos, las tardes de café y tertulia, y la vida bohemia de Madrid. Aquella corte, ya sin Rey, ese Madrid, turbio, y oscuro regado por la luz intacta castellana. Antonio, había sigo designado para desarrollar el Teatro Popular de Madrid, y también escribía artículos en el Diario de Madrid, o el periódico El Sol. Al tomar allí el café, pude sentir durante un momento el paso de los siglos, del tiempo, de los días, de las nubes, el bostezo de los hombres, la monotonía de los trabajadores, del silencio de manos trabajando. Todo se diluía en el desconocimieto, y un poema solo era una piedra tirada al agua oscura de quien desprecia cuanto ignora. España tenía el estómago vacío, pero sobre todo, igual que Chile, tenía la cabeza vacía. Tal vez el mundo era esto, un estómago vacío, los pies desnudos y una cabeza vacía. Antonio, como tantos otros, soñaba con un nuevo florecer de España pero era inutil luchar contra su pobreza, contra su vacío inmenso, como un erial de castilla, vacía. Era inutil tirar piedras al río, porque no se podía detener el agua. Aquella generación de poetas, de pensadores que había crecido en los cafés como el café de Levante, el café de Fornos, o la cervecería inglesa donde Jacinto Benavente, o Valle- Inclan presidían tertulias, donde se distinguía entre la España pobre y miserable, y la falsa y aparente, y ese pesimismo que les embriagaba, esa negritud, contra el viento, contra las luces amarillas, contra la restauración, contra las nubes negras, que les había reunido alrededor de Mariano José Larra, y de algunos filósofos europeos como Kierkegaard, Schopenhauer, Nietszche, o Henri Bergson. Ese modernismo intelectual, que seguía las corrientes de una Europa que quedaba tan lejos, y chocaba con la pobreza inmemorial de España, real y pobre, que pasaba hambre frente a una élite política superflua, y frívola, tan alejada de la realidad y de la verdad. Esa castilla olvidada, que les unía a todos, de pueblos perdidos y polvorientos, y aquellos ríos, como el Lozoya, el Tajo, el Duero, o el Guadarrama donde los poetas buscaban la esencia de España, porque España era un país seco, y sombrío, y los poetas eran sus verdaderos ríos.

los alejados, alejandro r y cisneros.









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