domingo, 2 de mayo de 2021

Dónde Dios perdió el zapato.






Mi madre compró una moto de campo con 15 años de edad para moverse por los descampados que hoy conforman esta barriada. La compró con dinero ahorrado y la venta de munición y metralla de la guerra civil. Aquí una vez, hubo una guerra y yo alguna vez también he encontrado alguna bala perdida que lleva grabado en el sello: pirotécnicas de Sevilla, 1934. Esto fue una granja en mitad de la nada. Aquella imagen de mi madre apretando el acelerador, y soltando gasolina a los 15 años ha conformado un paisaje irreal de lo que debió ser esta barriada antes de la guerra, y lo que volvió a ser después de la guerra, una granja perdida.





Recuerdo que yo crecí en un lugar medio abandonado. Un lugar que había dejado de existir hace tiempo: la vieja vaquería priégola abandonada, la mina abandonada a cielo abierto, la aldea perdida con sus hornos de cerámica, abandonados, aquél bosque y el ferrocarril. La estación del plantio majadahonda,también abandonada y conlindante al cerro los gamos, pozuelo de alarcón, fue una de las primeras estaciones de España, el plantio. Mis abuelos después de la guerra civil trabajó como guarda en el bosque y mi abuela en el obrador de pan, también abandonado. Allí crecí yo en un lugar que había dejado de existir, dónde creció y vivió mi madre. Así se conectan las generaciones, aquella conexión terrible y mágica, los arroyos, como el arroyo de las cárcavas, y aquello humedales y lugares perdidos, de este lugar dónde Dios perdió el zapato. El bosque, la infancia porque como dijo Jung el yo es un punto perdido en la inmensidad del alma.










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