viernes, 30 de agosto de 2024

Lean.




Me tumbo un rato en la cama, acunado por la droga. Parece un fumadero de opio; el hachís, la cerveza. Parece sangre contínua. Lo barato es escuchar radio 3, mientras tomas roibos y frambuesa. Y te drogas entre los destellos de tu inteligencia que va chisporroteando entre preciosos destellos que caen en la oscuridad de un noche con tormenta. Un drogata es un viajero interplanetario también, con el porrilo en la boca, al rato de estar tumbado , me despierto. Encuentro la radio encendida, el te caliente, parece que fuera llueve. Resoplo, y me refugio en mi, creéme no hay otro refugio. Al rato me desperezo, empieza un especial de música electrónica en radio 3 . Me afeito, me arreglo el pelo, me ducho mientras la música suena. ¿Acaba el día o comienza...?. Al parecer la noche es demasiado larga y oscura . Decido fumar otro gran porro, y echarme en la cama en este fumadero de opio.






mientras cae la tormenta
hay mono mirando su reflejo en un papel de aluminio.


la droga. 

A parte del ocio también existe el mercado del aburrimiento. 

La droga, la dulce droga. 

Yo soy adicto a la inmensidad de mi mente,
y los destellos de mi inteligencia.

También un diá cualquiera, en el que el aburrimiento se impone.
la droga se impone.

droga continúa, cerveza continúa, sangre nueva continúa

No hay nada nuevo, un Viernes cualquiera.






Llega Septiembre, a veces añoro Septiembre








El alcohol ( margarite duras )



Viví sola con el alcohol veranos enteros en Neaulphe. La gente venía los fines de semana. Durante la semana estaba sola en la casa grande, fue ahí que el alcohol tomó todo su sentido. El alcohol hace resonar la soledad y termina por hacer que uno la prefiera a todo lo demás. Beber no es obligatoriamente querer morir, no. Pero no se puede beber sin pensar que uno se mata. Vivir con el alcohol es vivir con la muerte al alcance de la mano. Lo que impide matarse es la idea de que, una vez muerta, una no beberá más.



Comencé a beber en las fiestas, en las reuniones políticas, primero vasos de vino y luego whisky. Y luego a los cuarenta y un años conocí a alguien que realmente le gustaba el alcohol, que bebía todos los días pero razonablemente. Muy rápido lo sobrepasé. Eso duró diez años hasta la cirrosis, los vómitos de sangre. Paré durante diez años más. Era la primera vez que lo hacía. Volví a empezar y luego volví a parar, ya no sé por qué. Luego dejé de fumar y no pude hacerlo sino bebiendo nuevamente. Ya es la tercera vez que lo dejo. Nunca he fumado opio, ni hachís. Me he “drogado” con aspirinas todos los días durante quince años. Nunca me he drogado



Desde que empecé a beber me convertí en alcohólica. De inmediato bebí como una alcohólica. Dejé a todo el mundo detrás. Empecé a beber en la tarde, luego al mediodía, luego en la mañana, luego comencé a beber en la noche. Una vez en la noche, y luego cada dos horas. Nunca me he drogado de otra forma. Siempre supe que si empezaba con la heroína, la escalada sería rápida. Siempre he bebido con hombres. El alcohol sigue atado al recuerdo de la violencia sexual, la hace resplandecer, en ella él es indisoluble. Pero solo en esencia. El alcohol remplaza el evento del goce pero nunca ocupa su lugar. En general los obsesos sexuales no son alcohólicos. Los alcohólicos, incluso “en situación de calle” son intelectuales. El proletariado que ahora es una clase más intelectual que la clase burguesa, de lejos, tiene una tendencia hacia el alcohol en el mundo entero. El trabajo manual es quizás, de todas las ocupaciones del hombre, la que conduce más directamente a la reflexión, y entonces a la bebida. Vea usted la historia de las ideas. El alcohol hace hablar. Es la espiritualidad llevada hasta la demencia de la lógica, es la razón que intenta comprender hasta la locura por qué esta sociedad, por qué este Reino de la Injusticia —y que concluye siempre por una misma desdicha. Un ebrio es a veces grosero, pero rara vez obsceno. Algunas veces está furioso y mata. Cuando uno ha bebido demasiado, vuelve al principio del ciclo infernal de la vida. Uno habla de felicidad, dice que es imposible, pero sabe lo que quiere decir esa palabra. Carecemos de un dios. Este vacío que descubrimos un día de adolescencia nada puede hacer que nunca haya sucedido. El alcohol ha sido hecho para soportar el vacío del universo, el vaivén de los planetas, su rotación imperturbable en el espacio, su silenciosa indiferencia respecto al lugar de nuestro dolor. El hombre que bebe es un hombre interplanetario. Es en este espacio interplanetario que se mueve. Es ahí que acecha. El alcohol no consuela en nada, no ocupa los espacios psicológicos del individuo, no reemplaza la ausencia de Dios. No consuela al hombre. Al contrario, el alcohol conforta al hombre en su locura, lo transporta a regiones soberanas donde es el dueño de su destino. Ningún ser humano, ninguna mujer, ningún poema, ninguna música, ninguna literatura, ninguna pintura puede reemplazar al alcohol en la función que tiene con el hombre, en la ilusión de la creación capital. [el alcohol] Está ahí para reemplazarla. Y lo hace para toda una parte del mundo que habría debido creer en Dios y ya no cree.



Las palabras del hombre que son dichas en la noche de la ebriedad se desvanecen con ella en cuanto llega el día. La ebriedad no crea nada, no va en las palabras, oscurece la inteligencia, la descansa. He hablado dentro del alcohol. La ilusión es total: lo que usted dice, nadie lo ha dicho aún. Pero el alcohol no cree nada que permanezca. Es el viento. Como las palabras. He escrito en el alcohol, tenía una facultad para aguantar la ebriedad que me venía quizás del horror de la borrachería. Nunca bebía para estar borracha. Nunca bebía rápido. Bebía todo el tiempo y nunca estaba borracha. Estaba retirada del mundo, inalcanzable pero no borracha. Una mujer que bebe es como un animal que bebiera, un niño. El alcoholismo alcanza el escándalo con la mujer que bebe: una mujer alcohólica es algo raro, es algo grave. Es la naturaleza divina que se ve afectada. A mi alrededor he reconocido este escándalo. En mi época, para tener la fuerza de afrontarlo en público, entrar sola a un bar, en la noche por ejemplo, era necesario haber ya bebido. Siempre se dice demasiado tarde a la gente que está bebiendo demasiado. “Bebes demasiado”. Es escandaloso decirlo, en cualquier caso. Uno nunca se sabe a sí mismo alcohólico. En el 100% de los casos se recibe esta noticia como una injuria, uno dice: “si usted me dice eso, es porque está molesto conmigo”. En cuanto a mí, el daño estaba ya muy avanzado cuando me lo dijeron. Estamos en un espacio paralizado de principios. Hasta un cierto grado se deja a la gente morir. Creo que en la droga este escándalo no existe. La droga separa completamente al individuo drogado del resto de la humanidad. No arroja al individuo a la intemperie, a las calles, no hace de él un vagabundo. El alcohol es la calle, el asilo, los otros alcohólicos. La droga es algo muy corto, la muerte viene muy rápido, la afasia, la oscuridad, los postigos cerrados, la inmovilidad. Nada consuela más que beber. Desde que ya no bebo, tengo simpatía por la alcohólica que era. Realmente bebí mucho. Luego vinieron en mi auxilio pero entonces estaría contando mi historia y no hablando del alcohol. Es increíblemente simple, los verdaderos alcohólicos son quizás lo que hay de más simple. Uno está ahí donde el sufrimiento está impedido de hacer sufrir. Los vagabundos no son desgraciados, es una tontería decir eso, son ebrios de sol a sol, las veinticuatro horas del día. Lo que viven no podrían vivirlo en ningún otro lugar más que en la calle. Durante el invierno de 1986-1987, en vez de ver que les quitaran su litro de vino rojo cuando llegaran al asilo de noche, prefirieron arriesgarse a morir, el frío. Todo el mundo se preguntó por qué no querían ir al asilo, y era por eso.



Lo más duro no son las horas de la noche. Pero evidentemente si uno tiene un insomnio tenaz, es entonces lo más peligroso. No hay que tener una gota de alcohol adentro de uno. Formo parte de esos alcohólicos que vuelven a empezar a beber a partir de un solo vaso de vino. No sé qué nombre nos da la medicina. Esto funciona como una central, un cuerpo alcohólico, un conjunto de compartimientos diferentes, todos vinculados entre ellos, primero por el pensamiento, y luego el cuerpo. Está hecho, embebido poco a poco, y cargado[1] –es la palabra: cargado. Es a partir de cierto tiempo que uno tiene la elección: beber hasta la insensibilidad, la pérdida de la identidad o quedarse en las primicias de la felicidad. Morir de alguna manera, cada día, o bien seguir viviendo.





Un mono mira su refejo en un papel de aluminio.


droga.


Otros se corren por verse en la T.V.






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